lunes, 9 de abril de 2007

Pastel de carne

Y ojos de nieve. Y pestañas de azúcar. Y unos párpados que, al moverse, simulan un canal mal sintonizado. Madre mía las pupilas, tus pupilas como hojas de menta por las que corre savia a borbotones, una savia llena de preguntas. Tu nariz no sabe nada, pero aletea curiosa ante tanta expectación desde que naciste. Por eso se esfuerza cada día, con todo su ímpetu de nariz humana, en alcanzar los olores más ocultos de este mundo para quizás llegar algún día a encontrar las respuestas. O quizás no, quizás sea mejor no saber nada, piensa a veces tu cerebro, que no es masa gris, sino del color del arco iris más puro que ha podido parir nunca la Madre Naturaleza. Tus orejas (lóbulos carnosos que casi descansan sobre tu cuello, qué cuello Dios mío, qué colina que desciende hacia los más hermosos valles y colinas) se limitan a escuchar el dulce ondular de tus cabellos, de oro y ceniza. Ellos se posan sobre tu frente tímida y rotunda, y sobre todo digna. Una frente que avanza a trompicones con todo lo que ha aprendido hasta ahora. Tu barbilla se arruga a veces, respetando siempre los deseos de tu boca.

¿Que qué dice tu boca? Tu boca no dice nada, absolutamente nada, a no ser que esté completamente segura.