martes, 22 de abril de 2014

Sobre el deseo

Dicen que las almas gemelas harán lo imposible por encontrarse. Yo digo: ¿qué? Por encontrarse con quién. Lemas bobos aparte, yo estoy convencida de que me deseas tanto como yo. Los budistas sostienen que el deseo es la base de todo sufrimiento, y no puedo decir que esté sufriendo, pero sí encuentro irritantes y absurdas ciertas situaciones en las que me veo inmersa. Mi red neuronal no consigue comprender por qué parece ser lo más adecuado esforzarse por soltar, cuando todo lo que anhelo es poseerte. Bien durante un breve periodo de tiempo, de forma principalmente carnal (aunque no excluyente de otras formas, sino complementaria), bien por toda la eternidad, lo mismo me da (en la última, no creo). Por qué, digo, se supone que debo fingir despreocupación en cuanto a tener noticias tuyas o gestos que me resultan, realmente, muy agradables, por ejemplo En otras palabras: ¿qué mierda es esta? Lo dos conocemos nuestros deseos, y los dos somos valientes como para llevarlos a cabo en otros muchos y grandes sentidos. Qué pasa, entonces. Me niego en rotundo a reproducir el patrón de culpabilidad femenina, ese tan conocido, que obliga a reconocer que toda sensación de romance se trata de un auto engaño tontorrón, de una ilusión que solo es producto de esa necesidad primaria que tenemos las todas las mujeres (heterosexuales, al menos, en alguna medida) de aferrarnos a un complemento masculino que nos guíe y nos proporcione un sujeto que, en última instancia, nos haga sentir protegidas, bellas, y, odio decirlo, "reconocidas". Coged las riendas, maldita sea. De acuerdo, estoy cayendo en uno de los recursos más pobres para argumentar cualquier exposición, estoy generalizando, y admito que es un craso error. Coge, pues, las riendas, por favor. Coge las riendas, ya, dirígeme hacia cualquiera de los caminos que realice nuestra emoción compartida, nuestra bendita brutal atracción. Debemos bendecirla, sin duda, y si no quieres creerme, ya lo verás. Es más. Deberías fijar las riendas de las que te hablo a mis caderas y cabalgarme prolongada y bestialmente. Empiezo a estar cansada de rodeos.