jueves, 9 de mayo de 2013

Desliz

Me propongo empaparte con una notable sarta de falsos halagos, venenosas proposiciones, jirones de carne entre dientes y el brillo de una serpiente que se dispone a atacar. Un brillo hipnotizante, que se exhibe en movimientos lentos, peligrosos, audaces, antesala de la más deliciosa y salvaje muerte jamás vivida (permíteme la paradoja). Suscitas en mí un apetito voraz y un rechazo visceral al mismo tiempo. Hasta el momento, puede más el apetito. El apetito en silencio, un apetito sabroso e íntimo. Me miras, con lo que yo identifico como falso desdén, parapetado tras unas gafas modernas, pero discretas. Suspendidas sobre unas orejas que pasan desapercibidas y una nariz que realmente no tiene mucho que rechistar ante los que serían dos de los más apetitosos hoyuelos que creo haber visto nunca. Artillería pesada. ¡Y tu pelo, señor mío! Me invento que te vuelves loco cada mañana frente al espejo tratando de darle el toque castigador definitivo que humecte, indefectiblemente, la entrepierna de tus posibles víctimas (entre las que me cuento). Eres el Business Pack al completo, la suite deluxe, el campeón, el número uno, la elegancia en persona, el necesario matiz arrogante y satisfecho. Mi némesis por antonomasia, mi deseo caminando dentro de un pantalón de pinzas. Dios mío. ¿Jugamos? Sueño que mi lengua bífida serpentea hacia tu cuello, porque ya lo puedo todo, porque te huelo y te lamo. El calor de tu cuerpo, tan próximo al mío, me enciende la mente y el pecho y me afirma que esto va a ocurrir. -Sabía que te morías de ganas por apretar mi culito entre tus manos... -No parlis, porca, hem de ser ràpids. Mordiscos impíos, camisa rota, arañazos, jadeos al unísono, la fuerza y el ansia del mundo entero en mis brazos y el frío del mármol del lavabo bajo mis nalgas desnudas. PAM-PAM-PAM-PAM. Tus embestidas. Me comes las tetas desaforadamente mientras combates, porque para ti esto es otro galón que conquistar. Me gusta. Desde aquí arriba pareces más pequeño, un perrito enano incrédulo ante la visión de sí mismo follándose a una diosa. Un chihuahua que se monta a un dogo alemán. Me doy el gusto de entrelazar mis dedos en tu pelo y despeinarte por completo y me inunda una sensación inmediata de victoria, de ternura (¿por qué no?), de comunión con lo divino y lo mundano. Por supuesto, tú sigues culeando. Invadidos por el sudor, el semen, la complicidad de lo prohibido y la certeza de que esto no volverá a ocurrir nunca (como todas las cosas inevitables), nos vamos retirando por separado hacia un paisaje interior que acoge, en tu caso, a la leyenda que te precede, y en el mío, a la más absoluta de las perversidades. Esta vez, yo gano.