Mostrando entradas con la etiqueta dilluns. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta dilluns. Mostrar todas las entradas

lunes, 8 de febrero de 2016

Foolhardy

There is competition in every endevour. Even murder, they say. No reason why love should be any different.

As Cara's face comes up for air from her Sunday special brunch menu, she catches sight of Jen, her little blonde ponytail lively swinging from side to side as she hurries out of the kitchen and right up to serve the way too happy-looking little family in table seven.

Her gaze turns into a straight up leer when the new waitress turns on her heels to head back to get the rest of the table's order, still steaming away on the counter. Cara can now appreciate how the laws of physics operate on Jen's power running figure, face on. Mostly the bouncing bits.

- Hey, Jen - Cara offers as a greeting as the waitress pass their table - How's tricks?

A clearly overwhelmed Jen barely looks at her when she replies with a playful rolling of the greenest eyes this side of the Celadon.

- Buried - she smiles with the corner of her mouth as her side quickly brushed against Cara, not slowing down her power walk to the back of the diner. Cara, still sitting in the booth, has the audacity of conspicously following the dainty blonde with her eyes. Head and upper body turn included.

That does it.

- Seriously, could you be any more obvious? - the dark-haired middle-aged woman sitting opposite to Cara on the booth whispers, leening towards her.

Sarah's voice takes her out of her trance.

- What? A little harmless flirtting never hurt anyone - she protests.

- Oh, please. Even so, you could be her mother.

Cara's eyebrows shoots up into her hairline.

- What's the matter, baby? You jealous? - she teases, with that daring crooked smile of hers.

Shit. Admitting to jealousy in a public place: Sarah's another five points down.

lunes, 18 de enero de 2016

De amor y agua fresca

- Sí, reciente. Hace un mes y medio - ofrece Margaux, con ojos vidriosos.
- ...y dieciocho días, casi dos - añade Éric, pasteloso.

Traducción: follamos como conejos. Estupendo, piensas, viva el pudor. Te preguntas si serán conscientes de que están invitando a todos sus amigos a imaginárselos en pleno chimpampún. Arreando.

Durante un mili-segundo, una parte de ti se avergüenza un poco de tu cinismo. Tú, que nunca has sido una persona propensa a la envidia, una pizca de odio malsano te corroe las venas cuando apuestas mentalmente contigo mismo. Seis meses, les das seis meses.

Ciento ochenta días de mete y saca constante. Si cuentas los polvos que habrás echado en los últimos seis años, con suerte empatáis. Mejor pensado, tres. Tres meses y van que chutan, no les das ni un día más.

Tú puede que no mojes el churro lo que solías, por no decir nunca, pero tampoco es para que este par de tortolitos de mierda te lo restrieguen por toda la jeta.

Ella le acaricia la nuca cuando el tono burlón de la conversación recae sobre la última patochada del berzas de Éric.

Vomitarías el aperitivo sobre tu plato. Estaría más que justificado, te dices. Las mini quiches -congeladas, te juegas el cuello-, estaban rancias, de todas formas.

Tu mirada viaja de la sonrisa bobalicona de él a los ojitos de embobada de ella. Por mucho que intentes no juzgar, ella da la impresión de ser una cabeza hueca. Con su deje infantiloide y un marcado carácter difícil que se deja entrever cuando Éric se atreve a respirar demasiado fuerte.

En el camino tus ojos se cruzan con los de tu parienta, que no ha perdido ni ripio de tu lucha interior.

- Pero bueno, entonces es algo serio, ¿no? Quiero decir, conociéndote, Margaux... Estás batiendo récords - pincha ella, sonrisa socarrona dibujada en su cara. Esa es mi chica, dales bien.

Éric se chapuza en su móvil, haciéndose el longuis. Cualquiera diría que Margaux va a infartar, le sale humo de las orejas.

Después de diez interminables segundos de balbuceos, Margaux opta por una de sus risitas incómodas, obligándote a apurar tu cuarta copa de vino y a servirte una más que generosa quinta.

Ésta no es más tonta porque no se entrena.

lunes, 13 de abril de 2015

Pasivo-agresivo

Soy un tipo colérico, no tengo miedo a admitirlo. Siempre lo he sido. ¡Pero es que cualquiera diría que la gente es gilipollas a propósito, joder! Hoy mismo sin ir más lejos, pues no va el capullo integral de mi jefe y me dice, no me pide, lo afirma como buen patrón auto-insuficiente que es, que le haga la declaración de la renta y que la termine para ayer.

Ni que fuera su puta secretaria. ¿Me has visto venir en faldita a la oficina acaso, pobre imbécil? Si me delega su más mínima -y la no tanto-, tarea personal es porque no tiene ni la más pajolera idea de dónde empezar. Es lo que tiene ser un inútil integral, que uno se acostumbra y al cabo de un tiempo no sabes ni atarte los cordones de los zapatos sin asistencia.

Pues mira que yo no me corto. Por no lanzarle a la cara su manojo de papelotes, atados a un ladrillo de preferencia, trago mi ira una última vez y me resigno a pasar la noche delante de la página de la Agencia Tributaria.

Vamos a ver quién ríe cuando se planten los azules por fraude. Y que pierdan la llave.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Did I wake you?

Le echo una temerosa ojeada al reloj despertador. El cegador verde fosforescente me escupe un 3:47am. Genial.

- Hello?

Nunca aprendí a rechazar una llamada, sobre todo a horas inadecuadas. ¿Quién sabe? Hasta podría ser una emergencia.

Pero no. A mí esas cosas no me pasan. Ley de Murphy: si no descolgara resultaría ser algo importante, o algún asunto ineludible que me requisiese en alguna parte.

- No, no, I was up.

Por supuesto que no lo estaba. Y por supuesto lo negué. ¿Por qué será que nuestro instinto es mentir siempre que alguien nos despierta? Por educación no puede ser, yo no estaba el día que las repartieron. Parece más bien que nos avergoncemos de estar durmiendo a una hora decente.

Pero, para ser justos, sí se me requiere en cierto sitio.

No pregunto nada. Simplemente escucho, tomo nota de la dirección e indicaciones y de un salto me desenredo de las sábanas.

Antes de salir por la puerta me despido mentalmente de mi cama calentita con una rápida mirada contrita, hasta dentro de, probablemente, un par de horas.

lunes, 3 de marzo de 2008

Tabula rasa

Te propongo una cosa: jueguemos a la no continuidad. Despertemos cada día, borrón y cuenta nueva, sin tener que preocuparnos por repercusión o implicación alguna. Con la certeza de que, hagamos lo que hagamos, no contará mañana. Seamos completamente libres.

Actuaremos como si nada hubiera pasado, como si no hubieramos tenido esa u otra conversación. El ayer no existió y en unas horas esta misma yo y esta misma tú no habrán existido jamás. Ese comentario que te irritó hasta la exasperación, mañana se habrá desintegrado de vuelta al éter. No te habré ignorado, no me habrás engañado. Ni siquiera habremos empezado. Viviremos cada día como si fuera el último, como si fuera el primero. Tanto dará, pues no existirá pasado ni futuro. Una medida de tiempo limitada, veinticuatro horas. Después, reset.

Si aceptas entrar en el juego tendrás que atenerte a las reglas. Y sólo hay una: no existe la memoria. Deberemos aprendernos por instinto. Tendré que conquistarte de nuevo cada día, partiendo de cero. No como una obligación, pues tanto daría que mi punto de mira se posara en otra, mañana no importaría. Fuera cual fuera tu piel, siempre serías tú.

Preocupémonos sólo del hoy, del ahora. No hay nada más allá.

¿Te atreves?

lunes, 4 de junio de 2007

Carne cruda

No sé qué tiene la carne cruda que siempre me ha atraído. Hace relativamente poco un semidiós se me apareció en un sueño y me conminó a inciarme en cierto rito cárnico-nocturno.

Éste consistía en la ingesta de tres onzas y media de carne cruda con los tres toques de alarma que daba el reloj ritual, el cual desenterré del macetón de una palmera que se encontraba en el lobby de cierto hotel de lujo. Esto, por supuesto, también me había sido indicado por vías oníricas.

El reloj era un misterio en sí. No tenía ningún botón, ninguna ruedecilla, ningún tipo de control, rendija, ranura, endidura o marca alguna que indicara que fuese un objeto artificial, creado por mano humana. O cualquier otro tipo de mano, para el mismo caso. Su esfera tampoco parecía estar encajada o montada sobre el resto del cuerpo. Era un todo compacto y perfectamente hermético. Así como sus manecillas, que parecían emanar del centro de la cara del reloj, como diminutos y raquíticos miembros que por alguna inexplicada razón sólo tenían autonomía suficiente como para moverse a ritmos constantes y sincronizados, de forma ininterrumpida. Parecía como si estuviera vivo.

La cantidad de carne no podía ser aproximada, debía ser exacta. No se requería, por el contrario, ningún tipo específico de la misma.

Adquirido pues el peso indicado en ternera, me dispuse a aguardar la señal indicada. Al sonar el primer chillidito comprendí que debía tomar una onza con los cortos, onza y media con los dobles. Chillidito y cinco cuartos después, toda la carne había desaparecido, y descansaba ahora en mi estómago.

Un rumor de tambores empezó a resonar lejano en mi oído. Un ritmo único y repetitivo, que fue intensificándose poco a poco hasta cegarme por completo. La oscuridad de mis sentidos se tornó intensamente verdosa, y pude reparar en la posición en que me encontraba.

Me distinguí de rodillas, sobre el suelo de una habitación totalmente distinta. Las acolchadas paredes comenzaron a bailar, cerrándose sobre mí. La sensación de ahogo y abrasión que me sobrevino seguidamente sólo se puede calificar de violenta.

Las luces de mi consciencia se apagaron repentinamente. Al volver a encenderse mi cabeza daba vueltas y mi visión estaba emborronada. Antes de que pudiera situarme me rozó de pasada alguien que no podía estar ahí. Me froté los ojos, incrédula, y puse empeño en enfocar.

Reconocí la calle. Alzando la vista pude ver luz en la ventana del salón de mi antiguo piso. En ese momento comprendí que había vuelto a aquella noche. De acuerdo con el reloj de la farmacia faltaban unos minutos para que salieras de ese portal. No podía creerlo, sólo tenía que esperar.

Sentí abandonarme las fuerzas de nuevo. Luché contra el sopor todo lo que pude, llena de rabia y frustración. La realidad que me rodeaba se ralentizaba y por más que me esforzaba no conseguía quedarme. Seguí luchando por lo que me pareció una eternidad. Rendida, me dejé ir finalmente.

Desperté cubierta en sudor sobre el suelo alicatado de la cocina. Sabía lo que había ocurrido, esto era sólo una muestra de lo que podía alcanzar. Si quería llegar más lejos, tendría que estar dispuesta a pagar el precio.

Vaya si lo estaba.

lunes, 14 de mayo de 2007

Como música para mis oídos

Guardo aquella tarde en mi cajón de momentos, archivada bajo la sección de inolvidables.

Para paliar el aburrimiento, o quién sabe si tal vez avivarlo, te pusiste a toquetear el piano. Sin llegar a aporrearlo, te salió un principio de ritmillo ridículamente optimista, pegadizo. Avanzaba casi solo. Como por pura inercia, tus dedos se movían por su cuenta, bailando sobre las teclas.

Entre risas, le fuimos añadiendo letra. Después de las primeras rimas cogimos carrerilla y nos salió una estrofa detrás de otra. Nos lo estábamos pasando en grande y propusiste seguir con una nueva.

Ésta no era tan alegre y desde las primeras notas ya sonaba a confesión. Cuando empezaste a cantar tu expresión seria hacía juego con la tonalidad de la melodía. Noté la sangre acumulándose en mis mejillas y aparté la mirada casi instintivamente.

Llevaba esperándolo tanto tiempo. Tanto así que, aunque en el fondo siempre había sabido que llegaría, me tomó por sorpresa completamente.

Aún puedo verte, inclinándote sobre el teclado, con tu pelo oscuro más revuelto que nunca. Seguías con tu canción, y ahora eras tú quien no se atrevía a mirarme. Lo habías puesto todo. Era mucho mejor de lo que hubiera podido soñar nunca. Era perfecto. El momento, tu gesto, el haber compuesto una melodía para la ocasión, cada una de las palabras maravillosamente exactas e idóneas.

La voz se te quebró en el verso final, que tenía forma de pregunta. Me miraste por fin y esperaste mi respuesta.

Mientras te rechazaba, enumerándote meticulosamente las razones de mi negativa y regodeándome en mi explicación paso a paso de por qué llegabas tan jodidamente tarde, podía ver en tu rostro desencajado el efecto producido por mi discurso, medido hasta rozar el límite del sadismo. Las amargas lágrimas de dulce humillación que resbalaban por tus mejillas abochornadas eran como golosinas para mis sentidos, chispeantes de emoción contenida. Hasta me pareció oir un crack proveniente de tu pecho. Era perfecto.

Llevaba esperándolo tanto tiempo.

lunes, 16 de abril de 2007

El precio de la traición

Aceptémoslo, no nos regimos por las mismas reglas. Para ti valen unas, y para mí otras distintas. Pero eso no significa que no tengan su valor. Si no las cumples, si me traicionas, te castigaré. Es así como funciona. Yo, mis propias reglas, no las incumplo. Aunque te parezcan más laxas. Es que son las mías. Tú tienes las tuyas.

Es posible que fuera desproporcionado. Seguramente no te lo merecías, aunque quizá sí por dejadez. Pero te la gozaste, igualmente. Y ya sabías lo que había.

Cuando te decides, accedes a las reglas. Hay que atenerse a ellas, porque de lo contrario, ya se sabe. Las reglas son las reglas. Éstas son las mías. Tú, tienes las tuyas.

lunes, 9 de abril de 2007

The mermaid singing

Once upon a time there was a boy who drived his mother so crazy she decided to sell him to the circus. But fear not, for it wasn't an evil circus, but a nice one.

Now, to be absolutely fair, it wasn't a circus either. It was a carnival. It's important to make the distinction between them. Carnies and circus people have always had their differences, to say the least. They hate each other. They're like two different tribes, they are. The carnival didn't have sappy clowns, boring acrobats and simple old sideshow freaks. Oh, no. Contortionists, fire-eaters, burlesque dancers, sword-swallowers, puppeteers, dwarf-strongmen, pedlars and hawkers, and many kinds of acrobats with many zany talent, even somnambulists, belonged to his carnival.


There he was now, standing right in front of the carnival manager, an unmeasurable giant -unmistakably a former carny-freak for presumably an exhibit show. "He must be at least three boys tall", the boy murmured to himself in awe.

The giant gestured for the boy to follow him and lead the way through the camp. They passed across all kinds of carnies, freaks and what seemed to him as fairy-tale beings. Even regular roustabouts.

Finally, the enormous manager disappeared inside a particularly big tent. The boy followed him in.


The atmosphere inside was more than welcoming. He felt as if he had walked in the coziest little corner of his own garden; in a hot summer night, too. The air felt thick, warm and wet. He looked up to find a big tank where a real-life mermaid waggled her fish tail at him. The boy had a flash of himself diving into the tepid water. A strong desire to look directly into her greenish eyes, without any layer of glass between their glances; and a sudden need to get closer, so much closer to her long pale neck. Her voice bounced off inside the tank and the whole tent shook:

- No way, boy.

He blinked, puzzled, and opened his mouth as if to protest.

- When I say no, it's always a solid no.

Before the boy could even react to his own emotions, the giant gently took him out of there with a soft push.


- I wish I could have spared you that, little one -the voice of the giant was surprisingly pleasant-. But since that's out of the question, now that you belong to the carnival, I thought it much better to do it as quick as possible. It's best she broke you before you even had the chance to hear that mermaids singing of hers. This way your obsession'll grow up with you, but with no hint of hope. It's best that you didn't have a chance.

- But, her eyes... How can it be best? How can you possibly know that?

- Once, she wanted to look into my eyes too.