jueves, 26 de abril de 2007

Nos va la marcha

Irene, camisa blanca de finas rayas grises verticales, corbata azul marino. Lo que lleva puesto en su parte de abajo no lo llego a distinguir, puesto que estamos comiendo en la barra de un restaurante. Entre bocado y bocado, Irene me mira a los ojos desde su transparente claridad azul y me dice:

- Es que todo gira sobre lo mismo, Raquel, ¿entiendes? ¿No lo ves? Se trate de lo que se trate nuestra vida. Sea cual sea el problema que tengamos en el momento, siempre queremos más. Está comprobado.

"Siempre queremos más". Esta chica tiene algo que no me convence, cierta arrogancia en el modo de transmitir sus ideas que me resulta molesta. Quizá debería darle un respiro al mundo y pensar si, por una vez, no puede ser ella la que esté equivocada. Sin embargo, tras un automático masticar y una escapada visual que creo localizar en el infinito, Irene prosigue su discurso, inmutable:

- Siempre deseamos aquello que no tenemos. El que es bajito desea ser más alto, los altos darían lo que fuese por descender unos centímetros. Las rubias quieren ser morenas, las morenas matarían por haber nacido rubias. Y no sólo ya en el plano superficial del que te estoy hablando, no. Esta permanente insatisfacción humana se extiende a todos los campos vitales posibles. Esto es lo que me enerva.

En este punto de la conversación, no puedo negar que razón no le falta. Yo misma he debatido esta misma idea en mi cabeza en multitud de ocasiones. Por cierto, ¿qué estará haciendo ahora Clara? Quizás debería haberme quedado con ella en casa...

- Mira, para hablarte con total sinceridad, yo he terminado por llegar a la conclusión de que nos va la marcha, qué quieres que te diga, Raquel. Sí, todos tenemos un lado masoquista del que no podemos renegar, así son las cosas. Especialmente, en el amor. ¿Nunca te ha pasado estar loca de deseo por alguien que, en cuanto muestra un mínimo interés por ti, pasa a perder todo su atractivo? Es una de las sensaciones más ridículas, estúpidas y humillantes por las que una puede pasar. Y, sin embargo, aquí seguimos, suspirando por un gran amor, por alguien que nos acompañe en nuestro sueño, por la complicidad de la pasión compartida. No hay quien nos entienda, Raquel, esto te lo digo yo.

Cuánta razón tienes, Irene. Cuánta razón. Pero ahora sólo estoy pensando en regresar a casa con mi Clara.