domingo, 24 de enero de 2016

De los huecos del lenguaje

Ocurrió en un fin de semana bello y con luna llena. Se enamoró de sí misma con mayor intensidad de la que conocía hasta entonces y a base de reflejarse y mantener conversaciones de cierta profundidad sustentadas en los tres pilares de toda incipiente madurez: emociones, psicología colectiva y realismo.

Aquel refugio, regalo divino, la ayudó a contemplarse tanto como a mostrarse y a acoger serenamente intensas contribuciones ajenas (a priori raramente deseadas). A ahondar en su cartografía vital actual desde un prisma benévolo, perspectiva que constituía una importante novedad en el petate de su existencia y que, para su gran agrado, ciertamente iba en aumento.

Pero fue, sin duda, esa frase en lengua extraña la que hizo detonar la cadena de pasitos de decidido ciempiés que en un futuro más o menos inmediato la impulsarían al éxito definitivo. "I don't support peniciline" con la mirada relajada sobre el horizonte entre el mar y el cielo. Una nariz chata que se esforzaba realmente por sostener aquellas gafas para las que aún no había decidido adjetivo (¿hipster?), una cabellera leonina que acusaba pinceladas de experiencia y unos labios carnosos que padecían un sentido de la culpabilidad mucho más intenso de lo que le habría gustado percibir. La extranjera había pronunciado aquellas palabras, perdida por completo en su propia argumentación, y para ella había sido el fin inmediato de su papel de dedicada interlocutora.

Se fascinó ciegamente ante tal traducción. La francesa, la francesa contra la penicilina y no alérgica a ella. La francesa en contra de la curación de millones de infecciones bacteriológicas por medio del antibiótico que revolucionó al mundo.

No sabía la razón exacta, pero decidió conservar aquel uso fallido de la lengua común para mantener aquella díscola imagen en su fuero interno.