lunes, 18 de enero de 2016

De amor y agua fresca

- Sí, reciente. Hace un mes y medio - ofrece Margaux, con ojos vidriosos.
- ...y dieciocho días, casi dos - añade Éric, pasteloso.

Traducción: follamos como conejos. Estupendo, piensas, viva el pudor. Te preguntas si serán conscientes de que están invitando a todos sus amigos a imaginárselos en pleno chimpampún. Arreando.

Durante un mili-segundo, una parte de ti se avergüenza un poco de tu cinismo. Tú, que nunca has sido una persona propensa a la envidia, una pizca de odio malsano te corroe las venas cuando apuestas mentalmente contigo mismo. Seis meses, les das seis meses.

Ciento ochenta días de mete y saca constante. Si cuentas los polvos que habrás echado en los últimos seis años, con suerte empatáis. Mejor pensado, tres. Tres meses y van que chutan, no les das ni un día más.

Tú puede que no mojes el churro lo que solías, por no decir nunca, pero tampoco es para que este par de tortolitos de mierda te lo restrieguen por toda la jeta.

Ella le acaricia la nuca cuando el tono burlón de la conversación recae sobre la última patochada del berzas de Éric.

Vomitarías el aperitivo sobre tu plato. Estaría más que justificado, te dices. Las mini quiches -congeladas, te juegas el cuello-, estaban rancias, de todas formas.

Tu mirada viaja de la sonrisa bobalicona de él a los ojitos de embobada de ella. Por mucho que intentes no juzgar, ella da la impresión de ser una cabeza hueca. Con su deje infantiloide y un marcado carácter difícil que se deja entrever cuando Éric se atreve a respirar demasiado fuerte.

En el camino tus ojos se cruzan con los de tu parienta, que no ha perdido ni ripio de tu lucha interior.

- Pero bueno, entonces es algo serio, ¿no? Quiero decir, conociéndote, Margaux... Estás batiendo récords - pincha ella, sonrisa socarrona dibujada en su cara. Esa es mi chica, dales bien.

Éric se chapuza en su móvil, haciéndose el longuis. Cualquiera diría que Margaux va a infartar, le sale humo de las orejas.

Después de diez interminables segundos de balbuceos, Margaux opta por una de sus risitas incómodas, obligándote a apurar tu cuarta copa de vino y a servirte una más que generosa quinta.

Ésta no es más tonta porque no se entrena.