lunes, 4 de junio de 2007

Carne cruda

No sé qué tiene la carne cruda que siempre me ha atraído. Hace relativamente poco un semidiós se me apareció en un sueño y me conminó a inciarme en cierto rito cárnico-nocturno.

Éste consistía en la ingesta de tres onzas y media de carne cruda con los tres toques de alarma que daba el reloj ritual, el cual desenterré del macetón de una palmera que se encontraba en el lobby de cierto hotel de lujo. Esto, por supuesto, también me había sido indicado por vías oníricas.

El reloj era un misterio en sí. No tenía ningún botón, ninguna ruedecilla, ningún tipo de control, rendija, ranura, endidura o marca alguna que indicara que fuese un objeto artificial, creado por mano humana. O cualquier otro tipo de mano, para el mismo caso. Su esfera tampoco parecía estar encajada o montada sobre el resto del cuerpo. Era un todo compacto y perfectamente hermético. Así como sus manecillas, que parecían emanar del centro de la cara del reloj, como diminutos y raquíticos miembros que por alguna inexplicada razón sólo tenían autonomía suficiente como para moverse a ritmos constantes y sincronizados, de forma ininterrumpida. Parecía como si estuviera vivo.

La cantidad de carne no podía ser aproximada, debía ser exacta. No se requería, por el contrario, ningún tipo específico de la misma.

Adquirido pues el peso indicado en ternera, me dispuse a aguardar la señal indicada. Al sonar el primer chillidito comprendí que debía tomar una onza con los cortos, onza y media con los dobles. Chillidito y cinco cuartos después, toda la carne había desaparecido, y descansaba ahora en mi estómago.

Un rumor de tambores empezó a resonar lejano en mi oído. Un ritmo único y repetitivo, que fue intensificándose poco a poco hasta cegarme por completo. La oscuridad de mis sentidos se tornó intensamente verdosa, y pude reparar en la posición en que me encontraba.

Me distinguí de rodillas, sobre el suelo de una habitación totalmente distinta. Las acolchadas paredes comenzaron a bailar, cerrándose sobre mí. La sensación de ahogo y abrasión que me sobrevino seguidamente sólo se puede calificar de violenta.

Las luces de mi consciencia se apagaron repentinamente. Al volver a encenderse mi cabeza daba vueltas y mi visión estaba emborronada. Antes de que pudiera situarme me rozó de pasada alguien que no podía estar ahí. Me froté los ojos, incrédula, y puse empeño en enfocar.

Reconocí la calle. Alzando la vista pude ver luz en la ventana del salón de mi antiguo piso. En ese momento comprendí que había vuelto a aquella noche. De acuerdo con el reloj de la farmacia faltaban unos minutos para que salieras de ese portal. No podía creerlo, sólo tenía que esperar.

Sentí abandonarme las fuerzas de nuevo. Luché contra el sopor todo lo que pude, llena de rabia y frustración. La realidad que me rodeaba se ralentizaba y por más que me esforzaba no conseguía quedarme. Seguí luchando por lo que me pareció una eternidad. Rendida, me dejé ir finalmente.

Desperté cubierta en sudor sobre el suelo alicatado de la cocina. Sabía lo que había ocurrido, esto era sólo una muestra de lo que podía alcanzar. Si quería llegar más lejos, tendría que estar dispuesta a pagar el precio.

Vaya si lo estaba.