Sabes que no hay nada físico ahí, pero por un instante tu cerebro le dice a tu consciencia que te has tragado una mariposa con las alas intactas. Se le han quedado pegadas a las paredes de una parte de tu aparato digestivo, y encima te resulta emocionante y violentamente agradable, a la par que extraño.
Si sigues pensándolo, te mareas. Una impresión de hundimiento o elevación, o todo al tiempo, te envuelve. La sangre sube a tus mejillas y te llena un principio de sofoco; corto, pero intenso. En tu cabeza resuena un zumbido, que se mantiene momentáneamente para desvanecerse secretamente.
Te invade.
Y si lo racionalizas...