Debe ser alguien que me ronda, pendiente de la evolución de las fantasías de mi subconsciente. Cuando se acerca el cénit de alguna de ellas, se abre paso entre los músculos de mi cara y, zambulléndose en mis cristalinos, alarga la mano. Ase con fuerza mis nervios ópticos y me desvía las imágenes finales hacía fuera de la córnea, fuera del alcance de mis retinas. Tiene que ser eso.
No le encuentro otra explicación.