A mi sobrina no pareció gustarle demasiado esta comparación. Clavó su mirada en mí con gesto socarrón, meneó ese cabezón pelirrojo tan evidentemente desproporcionado en relación con el resto de su minúscula anatomía, y se levantó del banco como un resorte para salir disparada hacia la estructura metálica que alojaba el tobogán.
La vida. La vida una vez pasados los treinta es decididamente como un tobogán.