lunes, 10 de junio de 2013

La hiel

Golpe seco en la nuca, se cierra el conducto que lleva aire a los pulmones. Y el tiempo se para. Perfecto, inmóvil, mudo, eterno, así como yo lo había pedido. A pesar de ello, mis órganos todavía sienten y padecen. Noto en el estómago un ardor infernal que me acompaña en momentos como este desde hace ya un tiempo. Mis articulaciones están entumecidas, especialmente las de los brazos, y luchan por moverse pero no pueden. La lengua está hinchada y me pesa, pero unos labios resecos la siguen manteniendo en su sitio, dentro de mi cavidad bucal. Seguramente estáis esperando un conocido sabor a sangre, pero no es el caso. Mi lengua tiene sabor a papilla, a náusea, a lágrimas y a cosas truncadas. Mis ojos, esos ojos por los que tanto me han abordado últimamente por las calles de esta cárcel urbana, azules como el sol, verdes como las candelas, de un anaranjado dulce como el de la flor del romero, acuosos, pero limpios, siempre limpios, siempre dedicados y dispuestos a soplar con su mirada palabras de esperanza sobre tu piel... mis ojos, estos ojos de los que hablo, testigos de la mayor dicha y decadencia que pueda crear el ser humano, abiertos como naranjas del mes de marzo. ¡La panza! ¿Recuerdas cómo la buscabas entre las sábanas? ¿Recuerdas cómo te lo he recordado entre hipidos día sí, día no, día sí de nuevo, día, tras día, tras día y noche, hasta que me quedaba dormida pidiendo perdón por todo lo que no había hecho, no sé si a ti o a mí misma? Mi panza, ¡qué reluciente estaba siempre! Y ahora es algo que se parece bastante a un smiley muy tétrico, por decirlo suavemente, por decirlo sin que haga falta que lo veas, porque para verlo ya estoy yo, porque lo veo, porque me veo la panza, porque tú no lo verías ni mirando. Una panza con la sonrisa del payaso. De extremo a extremo, bien definida, de color carmín de desagüe, sin nariz en su ecuador, pero sí coronada por dos minipechos con pezones púrpura violento, así, como para que nada desentone, siempre me ha gustado cuidar de los más mínimos detalles. ¿Es desagradable? Fíjate, yo aquí, flotando sobre un charco de bilis, podría caminar sobre él, como Jesucristo sobre las aguas, pero ya va bien hoy de milagros imposibles, yo aquí, digo, superviviente hasta el fin, sintiendo todavía el amor casi materno, el amor loco y pasional y desmedido y fiel que prometí y que en cuanto abran la puerta del Maligno me pienso cobrar con intereses acumulados. Espero que esta historia no vaya a perturbar tu sueño. De eso me gustaría ocuparme personalmente.

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