Ni que fuera su puta secretaria. ¿Me has visto venir en faldita a la oficina acaso, pobre imbécil? Si me delega su más mínima -y la no tanto-, tarea personal es porque no tiene ni la más pajolera idea de dónde empezar. Es lo que tiene ser un inútil integral, que uno se acostumbra y al cabo de un tiempo no sabes ni atarte los cordones de los zapatos sin asistencia.
Pues mira que yo no me corto. Por no lanzarle a la cara su manojo de papelotes, atados a un ladrillo de preferencia, trago mi ira una última vez y me resigno a pasar la noche delante de la página de la Agencia Tributaria.
Vamos a ver quién ríe cuando se planten los azules por fraude. Y que pierdan la llave.